Ana entra en Facebook y encuentra que su amigo, MaraDona, le ha enviado el siguiente mensaje:
-Últimamente estás muy revolucionaria, ¿Por qué realmente?
Ana se queda clavada a la pantalla. -¿Cómo que estoy “muy revolucionaria”? Ana sospecha que la pregunta de MaraDona, aunque solo sea por el hecho de esconderse tras un nombre falso, de inocente seguro que tiene poco.
-Llamarme “muy revolucionaria” por compartir cuatro fotos en Facebook suena a burla, ¡ya me gustaría a mí hacer algo para merecer el honor! Ana duda de si su amigo no estará intentando persuadirla para que deje de hacer hasta lo poquísimo que hace.
Pedro, el verdadero, el que hay detrás de MaraDona, lleva ya un tiempo dándole vueltas a lo mismo. Ana se acuerda de que en la última borrachera comentó que -lo malo de las revoluciones es que al final, entre todos los que tienen buenas intenciones, siempre acaba saliendo un listo para quedarse con todo, empezando por el poder y terminando por el alma del pueblo. Y acabó llorando, orgulloso de que “España hubiera sido capaz de concederse una democracia”, -aún joven e imperfecta…, especificó, -…pero Democracia, Ana, ¿te imaginas? Dicho esto, Pedro fijó sus ojos rojísimos en los de Ana esperando contagiarla con su entusiasmo. Ella, inmune, respondió: - Sí claro, no paro de imaginármela, Pedro; pero su amigo estaba demasiado borracho y exaltado como para entenderla.
Ana siente tanta ternura cada vez que ve a Pedro vulnerable que no quiso ser ella quien le diera la mala noticia de que a la “Democracia joven e imperfecta” a la que él se refería, muchos la llaman Dictadura económica, otros Cleptocracia.
Ana empieza a escribir un mensaje respuesta a su amigo sin planear qué decir, ni en qué tono:
- Pedro, esta democracia, joven e imperfecta, (por utilizar tus eufemismos) no representa los deseos ni los sentimientos de la colectividad de ciudadanos del mundo sino que, más bien, explota a la mayoría.
Instintivamente lo borra. Para evitar alejar a Pedro es mejor no meterse con su democracia; Ana prefiere creer que ambos desean lo mismo, solo que miran a la luna desde distintos planetas. Y empieza de nuevo:
- Pedro, amigo, a mí, como a ti, como a cualquiera, todo cambio me da miedo, de ahí que siga funcionando el refrán “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, y claro que tenemos que estar con los ojos bien abiertos ante los oportunistas. ¿“muy revolucionaria”? ¿en serio te parece que lo estoy mucho? ¿Estás intentando protegerme de los peligros que tú temes y que crees que yo no veo? ¿o intentas apaciguarme para que con mi actitud no contribuya a que resurja la temida dictadura? ¿Es eso lo que temes de verdad? ¿O temes perder otras cosas? Sé que me quieres, Pedro, y que quieres a los tuyos, pero vivir es arriesgarse, amigo. ¿Crees que no merece la pena correr el riesgo si en el intento pudiéramos evitar que dejaran de morir de hambre 27.000 niños al día?; si de esta manera consiguiéramos reformar la educación, encarrilándola hacia las verdaderas necesidades del ser humano, hacia la empatía y la colaboración, en lugar de incentivar la competitividad?
Ana se permite llorar, necesita claridad emocional para desengancharse. Busca el comunicado que la Asamblea general de Nueva York que se manifestó en Wall Street, compartió desde la televisión americana con el resto mundo; se lo vuelve a leer y continúa:
- … Amigo, ¿De verdad crees que no merecería la pena correr el riesgo que temes si, con ello, fuera posible que llegara a dominar la igualdad por encima de la opresión; si con ello las corporaciones tuvieran que pedir permiso antes de extraer las riquezas de los pueblos, y del planeta; si con ello se dejara de permitir que se intoxiquen los alimentos que comemos y que obligamos a comer a nuestros hijos; si se prohibiera vender nuestra privacidad; si se dejara de invertir dinero en armas de destrucción masiva y se desviara a proyectos de investigación, educación, sanidad… a proyectos que de verdad mejoraran la calidad de vida de esta y las futuras generaciones; si se persiguieran el trato cruel tanto a personas como a animales; si se terminara con el colonialismo y sus guerras injustas? Pedro, ¿De verdad crees que no merecería la pena correr ese riesgo?
¿Pero qué estoy haciendo? Se pregunta Ana al caer en un detalle que no había tenido en cuenta hasta ahora; está hablando de correr riesgos a su amigo Pedro, alto ejecutivo de una importante empresa de seguridad (!) Se siente tonta, y por segunda vez opta por borrar lo que ha escrito.
Consigue parar, replantearse la respuesta y volver a empezar:
- Pedro, que no nos líen, lo que estamos viviendo no es una revolución, se trata de la evolución natural: lo que pareció funcionar en el pasado es evidente que ya no, y es nuestra responsabilidad ejercer nuestro derecho a unirnos y colaborar para encontrar soluciones; seguir afianzando nuestro poder, porque, como estás viendo, lo tenemos, amigo; estamos descubriendo que tenemos un poder inmenso, el poder del Amor! Y para empezar, sirviéndonos de él como guía, podríamos revisitar, consolidar y asegurar que se respete la declaración de los derechos humanos…
Esta vez, Ana pulsa el botón de cancelar por pudor y sin darle más vueltas, envía la siguiente respuesta:
- Pedro, amigo, últimamente tú no lo estás, ¿por qué... y para qué, realmente?