Don Abel no había llegado tarde al trabajo ni una sola vez
en veinte años; pero aquella mañana, de no haber sido por un rayo de luz incidiéndole
con gradual insistencia, podría haber sido el primero.
Al darse cuenta de que era jueves y no domingo, saltó del sueño a la alfombra y seguidamente completó en un cuarto de hora lo que normalmente le llevaba una, preparación del bocadillo para el almuerzo incluido.
Al darse cuenta de que era jueves y no domingo, saltó del sueño a la alfombra y seguidamente completó en un cuarto de hora lo que normalmente le llevaba una, preparación del bocadillo para el almuerzo incluido.
Salió de casa segundos antes que su propia consciencia
y la recuperó súbitamente en el semáforo, al ver su autobús en la parada de
enfrente. Agitó su pañuelo blanco hacia Mariano como
prisionero de guerra que implora vivir; aunque el conductor, al verle, tuvo que
esperar a que la luz cambiara de verde a ámbar y de ámbar a rojo para que Don
Abel se decidiera a cruzar.
“¡Don Abel, que el tiempo es oro!,” le recordó el
conductor al subir. “¡Sobretodo hoy, Mariano! -Dijo Don Abel, pasándose un pañuelo por la frente con una mano, a la vez que
mostraba el Abono transportes en la otra- ¡Hace un día espléndido!” continuó diciendo
mientras se dirigía a trompicones hacia los asientos. La marcha del autobús recogía
la luz que, a su paso entre los árboles, iluminaba intermitente los rostros
de los pasajeros. “¡Como pega la primavera!” justificó Don Abel a su público en
voz alta al abrir la ventanilla superior para no tener que quitarse la
chaqueta. Al sentarse planchó con cuidado la solapa trasera para evitar
arrugarla y colocó la bolsa del almuerzo sobre sus piernas. Cuatro horas y
media de martirio hasta que pudiera comérselo.
A falta del periódico que no había tenido tiempo de
comprar por primera vez en veinte años, se aventuró a observar la vida que
pasaba de largo al otro lado de la ventanilla. La luz de mayo le descubrió la
belleza de los árboles y se sintió orgulloso de vivir en su ciudad. Sin poder
evitarlo, envidió a un caballero felizmente sentado en uno de los
bancos del bulevar. “Es verdad, el tiempo es oro,” se repitió, y cayó en la
cuenta de que trabajar los días soleados debería de estar mejor pagado que
hacerlo en los días de lluvia.
Don Abel llevaba 20 años vendiendo su tiempo a la
misma empresa a cambio de… ¿Cuánto oro tenía? Pues, teniendo en cuenta todo lo que había tenido que tragar, muy poco, la verdad... Había vendido su tiempo a precio de puta vieja... A cambio de no ver la luz del sol, había
acumulado cuatro duros en la cuenta, un coche que solo se permitía mover los
fines de semana y una serie de electrodomésticos que venían de fábrica con el
final de su vida programado (lo cual predecía que dentro de poco le
obligarían a invertir sus ahorros en reponerlos, a no ser que prescindiera de
ellos). No, deshacerse de ellos era una locura, aquellos aparatos le habían liberado tiempo de
trabajo en casa, y el tiempo es oro... esas horas libres se traducían en posibles
paseos por el parque, reuniones con amigos, planear el presente para provocar
un futuro mejor... Todas esas cosas que se podían hacer y ¡que no había hecho! porque
había dedicado su tiempo libre a trabajar horas extra y a desconectar, agotado, frente
a la televisión (desde donde le vendían más y más electrodomésticos, que le harían la vida más fácil) ¿La vida? ¿Pero qué
vida? ¡Claro que no! -cayó en la cuenta- ¡El tiempo no es oro! ¡El tiempo es
vida! Vida que si no se vive se va y no vuelve. Abel se aflojó la corbata y
pulsó el botón rojo de parada.
Según se bajó del autobús se quitó la chaqueta, y
haciendo un ejercicio de libertad, se sentó en un banco a disfrutar de la luz
de mayo sobre su ciudad, de los distintos tonos verdes que provoca en las hojas
de los árboles, de comerse el bocadillo antes de tiempo y de permitirse llegar tarde al
trabajo por primera vez.
Qué bonito, parece mi vida. Yo no volví al trabajo. Muy muy bonito, Mónica, disfrutemos del sol, prescindamos de sus electrodomésticos!!!
ResponderEliminarEjercitar nuestra libertad, dejar de creer lo increíble, disfrutar de la vida y de estar vivo, prescindir de lo prescindible... Hiciste bien en bajarte del autobús, amigo!
EliminarNo quiero dar por hecho... quiero hacértelo saber... aunque sepa lo buena comunicadora, lo bien que expresas y lo creativa que eres no puedo dejar pasar tanto sin decírtelo, esa información guardada no tiene ningún valor.
ResponderEliminarMe ha parecido muy precioso Mónica.
Yo me quiero bajar en todas las paradas antes de LLEGAR.
pues yo te animo, amiga!
EliminarY Gracias por tu valiosa información.
Me encanta esta teoría de la contemplación y la existencia en el sentido de dejar pasar el tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es agradable volver a leerte.
Sí, como ejercicio de libertad; y permitirnos sentir como este pasa, plenamente conscientes, sin anestesias, para comprender su importancia, la importancia de estar vivo, la trascendencia del "aquí y ahora".
EliminarGracias, Kenit, un abrazo.
Cómo se gasta la vida en obligaciones impuestas por la sociedad; y como no son pocas, añadimos las nuestras.
ResponderEliminarMedia vida encerrada entre cuatro pareces, un montón de mañanas perdidas entre papeles, así que los días que bajé del autobús ¡madre mía, cómo las disfruté!
Una narración perfecta. Felicitaciones.
Besos.
Creo que a muchos nos suena lo que dices, Teresa.
EliminarTambién te digo que mientras vayamos intentando poner conciencia en lo que hacemos las cosas no pueden ir del todo mal...
Según he leído tu comentario, me ha venido a la cabeza una frase que no tiene que ver, en concreto, con lo que has dicho, o sí... pero me llegó entre un texto, y resonó con tanta claridad dentro de mí, que la comparto: "Felicidad no es placer, felicidad es integridad."
Te deseo que te permitas seguir bajando del autobús tantas veces como puedas.
Un abrazo y muchas gracias por tu visita!
Hermosa manera de explicar que dejar de leer el periódico un solo día,interesarse por la noticias de otros, y mirar la belleza del paisaje puede ser un volver a nacer.
ResponderEliminarMe encantó.
Un abrazo.
Mercedes, un abrazo enorme.
EliminarMe encantó este ejercicio de libertad. Y dejar de leer tantos diarios para mirar (aunque sea un poco) por la ventanilla del "autobús" es una buena propuesta. Felicitaciones y ya quiero leer más! Esteban T.
ResponderEliminarEncantada de tenerte, Esteban. Sí, la propuesta es ejercitar el músculo de la libertad, probarnos que somos libres, atrevernos a serlo... Para Don Abel hacer lo que hizo es como para otros dar un salto mortal. La libertad se conquista recordando que no hay que conquistarla, que somos libres. Hacer o dejar de hacer lo que hacemos o dejamos de hacer es siempre nuestra elección.
EliminarLo leí ahora, años después. Es precioso, chavala. Te lo escribí por Facebook pero creo que ya no tienes cuenta. Lo he disfrutado mucho.
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