Aún no sé porqué



Lo peor que pude hacer al verme salir de casa en aquel estado fue seguirme. Me considero una persona con la cabeza sobre los hombros, por lo que salir a la calle habiendo cancelado mi presentación ante la Junta Directiva, tarareando la canción del verano, sin haber echado el polvazo del siglo la noche anterior, hizo que saltara mi señal de alarma.
Era lunes y llovía con rabia. A los pocos pasos, mis zapatos ya se habían calado y sentía mis pies como vísceras dentro de   tarros de laboratorio. Una ráfaga de viento accionó el castañeteo de mis dientes, así que aligeré el paso para resguardarme lo antes posible. No tenía la más mínima sospecha de dónde podía provenir aquel disparatado sentimiento de esperanza.
Mientras me dedicaba a saltar como sapo, de charco en charco, conjeturé que la reputación que me había ganado a pulso ya habría caído en picado. ¡Tanto esfuerzo para nada!, ¡Idiota! Necesitaba un café. Ofrecí mi reino, o lo que a aquellas alturas quedara de él, por un café.
Una vez en la estación, el calor de la cafetería me abrazó como un hogar, incompleto, respiré el ambiente vacío de algo. Gina, en lugar de recibir tras el mostrador, entre destellos de acero inoxidable, aquel lunes lo hizo en la penumbra, sentada en una de las mesas de los clientes, con un paño de cuadros en la mano derecha y la cabeza hundida sobre ambos, trapo y mano. ¡Menuda guarrada!, esta mujer no entiende de higiene, pensé. “¿Estás bien, Gina?” le pregunté (bueno, la parte naíf de mi lo hizo, esa que tararea cuando caen chuzos de punta, no yo). Por lo visto, la pavisosa de Gina parecía no tener intención de preparar ningún café y eso me fastidió, a mí (vamos, a la otra; a la parte eficiente de mí, digo). Pero Gina, esclafada como huevo crudo sobre silla y mesa, gimoteó “Alguien ha entrado por la noche y al encontrarse la caja sin dinero, ha roto la máquina del café. ¡Capullos!”.
Si estuviera dentro de Gina, reflexioné, le hubiese atado la lengua; esos “capullos” sonaron en su boca aún más esperpénticos de lo que seguramente fueran. Aun así, yo (bueno, ella, me refiero a la otra yo, a la más inocente y empática parte de mí) bien, pues esa, toda encantadora, pidió un té ¡Aun sabiendo que lo detesto! ¡Y que me saca de quicio la improvisación! ¡Si no hay café, no hay café. Punto. A Gina no se le iba a hundir el negocio porque aquel día no nos tomáramos nada, joder!, me grité muy hacia adentro. No podía ser que, de las dos, solo yo (me refiero a mí, a la única parte sensata dentro de mí) fuera capaz de reconocer que, un día más, el mundo conspiraba para amargarnos la existencia.
A través de la ventana vi llegar un tren al andén opuesto. “¡Mi tren!” me sorprendí diciendo. ¿Cómo que mi tren? ¡Tu tren te esperaba en la presentación que has cancelado y me temo que ya lo has perdido! Me aclaré. Pero al verme salir corriendo como tras mi última oportunidad, me seguí una vez más, no fuera a ser que me perdiera del todo.
¡Bien! Conseguí sitio en la ventanilla, junto a la calefacción. ¡Mal! Se sentó un chaval con cascos a mi lado. “Perdona ¿te importaría bajar un poquito la música?” gesticulé tocándole el brazo. “Sí, me importaría”. Contestó con tanta asertividad, que no me quedó otra que aguantar el maldito viaje con una música que chirriaba como arañazos en una pizarra ¡con la grima que siempre me han dado! Respiré profundamente y sonreí. Es de cajón que la sonriente no era yo, sino la otra, a mí lo que me apetecía era morder. Mi frustración iba creciendo por momentos. Mientras, la estúpida de mi otro yo permanecía positiva por a saber qué.  
Era la primera vez que cogía aquel tren. Frente a mí, una mujer trajeada, buceando en su portátil, me hizo recordar que para entonces ya habrían acordado frenar mi promoción. Era mi culpa,  claro, solo una perdedora es capaz de ponerse la zancadilla de una manera tan estúpida. Adiós a todo lo que soñé, y aún peor, adiós al respeto que yo misma había conseguido tenerme a pesar de las meteduras de pata de la boba con la que me había tocado cargar de por vida (esa estúpida con fe, la otra, la misma a la que cada día aguantaba menos) ¡Sí, tú! La que tararea la puta canción del verano como si en el mundo todo fuera sobre ruedas ¡No te hagas la tonta! lo más probable es que ¡nos hayas arruinado la vida! Deseé no haber hablado en voz alta y miré a la mujer de enfrente para comprobarlo; afortunadamente seguía sumergida en la hoja de cálculo. Sentí la cara a 50 grados y mi corazón a 170 pulsaciones, pero debido a algún oscuro motivo, a pesar de estar tan cabreada ¡mi otro yo no paró de mostrar satisfacción!
Al bajarme del tren, el viento descoyuntó el paraguas, no podía ser de otra manera, me deshice del revoltijo de antenas en la primera papelera que encontré. Andaba con tal determinación bajo la tromba de agua que me resultó difícil seguirme. Por cada paso que ella daba, yo tenía que dar tres. Mi otro yo caminaba con tal obstinación que le dejé guiarnos, al parecer tenía muy claro hacia donde demonios nos dirigíamos. “¿Pero a dónde me llevas?”, grité. Sin hacerme caso salió del camino asfaltado y escaló por entre árboles, maleza, condones y latas.
Andar por andar, sin saber a donde me encaminaba, era un sinsentido, pero hacerlo bajo la lluvia, calándome hasta las bragas y resbalando en el barro entre basura no merecía ni nombre. “¡Para ahora mismo, joder!” Paró (es decir, paré) vamos, que paramos. “Vale; ahora escúchame, no sé qué te traes entre manos, pero ¿te importaría dejar de ser tan cafre?” Llenó de aire hasta nuestro último bronquiolo y ¡comenzó a cantar la maldita canción!, ¡me ignoró! ¡continuó la marcha!
Si hubiera podido, la habría estrangulado allí mismo. Pero matarla significaba matarme, por lo que no era una opción “¡Eres odiosa, odio tu voz y te odio a ti, jamás te he aguantado, ignorante!” Paró, ahora sí; y con una horquilla forzó el candado oxidado que cerraba la cubierta metálica sobre el pozo al que habíamos llegado.
Sin dejarme tomar aliento y a ritmo de la maldita canción que berreaba, empezó a sacudir los brazos a latigazos, como poseída. Con cada aspaviento, noté como me resbalaba centímetro a centímetro de mi propio cuerpo. “¡Para, animal!, grité, ¡Me vas a arrancar de mí!” Decididamente, se había vuelto loca. Empecé a luchar contra la inercia, pero todos estos años en los que me había dedicado con esmero a acabar con sus debilidades, parecieron habérseme vuelto en contra. Lo que no mata te hace más fuerte y la tonta, aún viva, se había fortalecido. Intenté agarrarme al cerebro como solía, pero sin éxito, mis manos patinaron contra mi voluntad hasta llegar al corazón; me enganché a él pero ya no funcionó, latía con tal rotundidad, a un ritmo tan intenso, que en dos latidos más me desprendió por completo. Salí escurriéndome por debajo de las uñas, ahora las suyas. Había conseguido despojarme de mi propio cuerpo, dejarme desamparada,  como pulga sin perro. 
Lloré, bueno, lloramos, mi otra parte y yo, las dos lo hicimos. Acto seguido, me cogió como trapo empapado que fuera a tender y me dejó caer dentro del pozo. “¿Pero por qué?”, aún me lo sigo preguntando. 
    Nunca hasta ahora me había visto desde arriba, y me vi muy pequeña, tocando fondo por primera vez. Pedí su ayuda, nuestra ayuda; imploré su perdón, nuestro perdón. Silencio. Me miró durante un rato y juraría que fue compasión lo que sintió por mí y que, solo por eso, me tendió la mano. Igual sobre aclarar que a mí aquel gesto me pareció insultante. No pude con él. “¿Tú quien te has creído? ¿En serio piensas que eres superior a mí?" Grité. Ahora era ella la que puso cara de no entender nada. Y seguí, “¡No me mires así, hipócrita, tú eres la perdedora, la que siempre la caga, no yo. ¡Tú eres la inútil, que no se te olvide!”…
No recuerdo qué más dije. Lo que sí se me quedó grabado fue el cielo llorando a mares sobre nosotras, perfilando con su luz el contorno del que había sido mi cuerpo pero que ya no sentía, y el impacto metálico de la puerta al cerrarse sobre mí, dejándolo todo oscuro.

28 comentarios:

  1. Cómo se te ha ido la olla ;-)

    ResponderEliminar
  2. Yo soy dos, y estoy en cada uno de los dos por completo (San Agustín). Me encanta la forma en que nos lo muestras

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Chus. No sé si has puesto alguna vez atención en las sincronicidades, yo sí, y gracias a eso estoy teniendo unos viajes extraordinarios. Te cuento esto porque, últimamente, San Agustín me persigue, allá donde vaya tengo a San Agustín diciéndome algo, y lo mejor de todo es que ya sé por qué. Un abrazo muy fuerte!

      Eliminar
  3. nuestra una y nuestra otra hace que seamos lo que somos,tienen que llevarse bien entre ellas y seguir el mismo camino,pero no suele ser asi y eso hace queestemos en constante crecimiento.
    Bueno,quiza no sea lo quetu sientes,pero a mi tus escritos siempre me hacen pensar..
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tus sentimientos son mis sentimientos, Leticia. Gracias por compartirlos. Un beso grrrrande :)

      Eliminar
  4. Jo, que suerte tenias, vosotras que sólo tenéis dos dentro, yo tengo una jaula de grillos y cada uno tiene sus "caunadas". Muy buen relato, me ha encantado.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja vaya caos! Oye, qué buena palabra "caunada"! he ido al diccionario a buscarla y me he encontrado con que no aparecía. Es tuya! Me encanta! Gracias por hablarnos. Un abracito a cada uno de tus grillos :))

      Eliminar
  5. ¡¡Me encanta!!, es muy dinámico , divertido , agobiante , como uno de esos sueños raros en los que no avanzas ni entiendes nada.Luego también triste , didáctico , tierno , en fin , que , siempre me sorprendes .

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Sawabona! A través de tus ojos mi relato se acaba de descubrir poliédrico y luminoso ;))

      (Poliédrico y luminoso © Lili Lloret, 2012)

      Eliminar
  6. El poder del doble en ocasiones marca la trayectoria de vidas prolongadas como espejos que quieren mutilarse para evitar la repetición de errores propios. Pero no hay dos vidas iguales, ni dos personas iguales, esas “idénticas” tendrán sus otros dobles que bifurcarán senderos. Otros dirán que somos otro, pero quien identifica a su doble sabe que hay "miradas sin ojos". Por otra parte el ejercicio mismo de escritura implica desdoblamiento. El que se enfrenta al papel en blanco es otro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sr. Salas, es usted tantos para mí y tan importantes todos...

      Eliminar
  7. Veo que varios nos estamos preguntando sin preguntar acerca de las legiones que nos habitan. En tu caso, son dos, en el mío, infinitos, como tal vez lo hayas notado allá.
    Un abrazo.
    HD

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Se tratará de una fase declaratoria, HD. Un homenaje a la geometría humana. Ahora me pregunto si estarán los iluminados cerca de convertirse en esferas. Me ha gustado tu visita. Otro para ti.

      Eliminar
  8. ¡Muy lindo texto!
    Aquí adentro de mí también: habemos multitudes.
    Bienvenida a Carne con Alambre.
    Saludos y gracias por pasar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues que vaya una afectuosa bienvenida a las multitudes de Guillermos que te habitan y un abrazo, en concreto para ti, que has pulsado "publicar".

      Eliminar
  9. La luchas de los diferentes yo. He sentido angustia durante todo el relato, aspecto que destaco pues, ese tono que le has dado a la narradora. Narras muy bien cuando las contradicciones que casi todos los personajes tienen, hasta los ficticios. Desde luego, el único yo que hay que aniquilar es el que es movido por otros ajenos a nosotros mismos. Y sí, el pozo aparece en tu relato, como en mío, como sanador de las miserias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay quien sostiene que nosotros, nuestro verdadero yo, es el que queda detrás de todo ese monólogo interno, el que respira, y que lo demás es ego. Respirar y observar al ego desde ese verdadero "yo" de detrás parece ser lo más útil para transformar. El pozo como símbolo del inconsciente. Agradezco mucho tu visita, Ximens. Un abrazo.

      Eliminar
  10. Ella, ella no es ella. Ella es la otra. La que me impulsa..... La otra es la piedra y yo el volcán..... ¿Cúal es la buena? ¿Cúal la real?......

    Tienes el don no sólo de hacernos disfrutar, si no también de hacernos pensar, siempre. Con cada uno de tus relatos.

    Un abrazo grande!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué generosa, Rosana. Gracias siempre.
      Ella... la buena es la buena, y la real la que observa. Aunque para los demás la real es la que actúa... Tú también nos haces pensar ;) Otro abrazo grande para ti!

      Eliminar
  11. Ciertamente, dentro de nosotros viven al menos dos personas, como tú tan magníficamente has relatado: la que asoma al entorno y la que sueña. Hay que dejarlas dialogar, las dos nos ayudan a sobrevivir.
    Grande este texto. Un placer.
    Hasta pronto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Que dialoguen, que dialoguen mientras yo vivo ;) Un abrazo, Mercedes, y gracias de nuevo. Ah! y que tu "Maldita" siga dándote alegrías.

      Eliminar
  12. Mónica, una narración muy lograda, me gusta el uso de la lluvia, que se convierte en un personaje más. Un punto onírico, esquizofrénico, describes muy bien la "otredad". El final es contundente, abrupto, pero ambiguo, te deja suspendido y pensando (para mí lo mejor del relato), después de haber mantenido la tensión todo el tiempo, la resolución de la historia no es clara, entreverando lo simbólico: ¿Es un pozo físico o el fondo que toca el personaje? De verdad, uno de tus relatos más maduros.
    Espero no pasarme de listo. Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Eduardo. No te pasas de listo en absoluto, eres listo y a quien no le guste que no aprenda. También eres comprometido, generoso, buen amigo, actor, escritor, director, profesor... y esas cosillas. No has pensado en escribir también rese~as? Piénsatelo. Un abrazo enorme.

      Eliminar
    2. Y fotógrafo!!! Mis reportajes de bautizos nunca decepcionan. Besos para ti.

      Eliminar
    3. No vayas de humilde. Y fotógrafo, claro, y atleta!!! "Corro por no matar", vaya exposición, poesía líquida.

      Eliminar
  13. ENTRE LA MANO Y EL TÍTERE


    En la ciudad,
    cárcel pegajosa.

    Entre las sombras
    la tempestad, los demonios,
    los monstruos milenarios
    como un animal arcaico
    con agujas en las venas
    deambula este corazón mutante,
    ángel de chatarra que busca el norte
    y extravió sus sueños.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Anuar, espero que los encuentres. Gracias por pasarte.

      Eliminar

Gracias por dejar tu comentario!!!