Desde el primer instante en que aquel hombre nos miró con sus penetrantes ojos oscuros, me dejé llorar entre los brazos de la butaca, de principio a fin.
El hombre del escenario comenzó a hablar igual que hablamos con nuestro amigo del alma sobre un café o una caña, ¡pero sobre un escenario!
Su voz, su mirada y sus gestos nos llegaban sin filtrar desde un corazón luminoso. Se comportaba como uno más de entre las palabras que nos regalaba. No estaba allí para ser aplaudido, sino como currante portador de una historia y canal de las musas. Abierto, sin obstrucciones, dejándose atravesar con humildad por la luz de la inspiración y la eléctrica genialidad.
Parecía ser un instrumento tan bien afinado, tan primorosamente puesto a punto, que no había nada en sus gestos o en su voz que distrajera de lo que contaba; ni cuando alguna vez torció la boca desafinó, porque lo hizo a su manera, en una pícara y alegre tilde hacia el cielo, sin amargura, como los verdaderos genios. Al sonreír el alma se le escapó y se nos coló de un salto llenándonos con su alegría. Me sentí tan agradecida de estar viva que le hubiese plantado un besazo a la de al lado; y a la vez tan fuerte que dentro de mí la violencia perdió su poquísima razón de existir.
Nos transportó desde un escenario desnudo hasta lugares inexistentes a los que acababa de llegar segundos antes, donde nos recibía campechano hasta con el más mínimo detalle. Viéndole mirar hacia arriba, tan pronto nos abría un cielo por el que pasaban las nubes con urgencia, como nos salpicaba con una fiesta de estrellas. Y al mirarnos a los ojos, lo hizo como quienes nos aman no pueden evitar; con tanta curiosidad que recobramos nuestro valor.
Se dejaba estar en cada uno de sus silencios con tal apertura, que varias veces caí a través de su oquedad, descubriendo por primera vez en la mía un espacio sin paredes ni fondo, que por instantes me sobrecogió al llegar a sentirme conteniendo los planetas.
Parecía como si su vida interna borrara los confines de su cuerpo dejando su contenido expuesto a nosotros, sin continente, tanta era su generosidad y su entrega. Se volvió tan transparente como pocos héroes se atreven. Desapareciendo al desprenderse de reglas y deberías, de academicismos y teorías, dejándose ser y estar, fluir y jugar. Comprendimos un poco mejor los sueños, la locura, la libertad y a los niños.
A través del arte; en este caso del amor, de la verdad, del respeto y de la fe del hombre del escenario, recordé lo importante que es ser auténtico en la vida. Reconocí que ser verdadero es tan importante como difícil, pero que aún tiene mucho más mérito llegar a ser verdadero y bonito, como él. Supe que eso era exactamente lo que quería, y que al salir de aquel teatro ya no me conformaría con menos.
Por eso, para empezar, me dejé llorar pacientemente alegrías y miserias, de norte a sur, de dentro a fuera, de principio a fin, hasta gastarme; para elegir con cuidado con qué volver a llenarme.
Chica; decir que la descripcion es rica seria como afirmar que Sofia Loren es"mona"; ¡que barbaridad !! Pero si ya conozco a ese hombre¡¡¡ Que profundidad¡ Cuando venga a Murcia avisame¡¡
ResponderEliminarGracias Lili!!! Cómo me gusta oirte :)
ResponderEliminarUn abrazo apretadííísimo.
Excelente descripción del amor por el arte.
ResponderEliminarGracias, Mónica.
Gracias a ti, Juan, artista.
ResponderEliminarÓle con óle,cada día eres más mejor
ResponderEliminar"me dejé dejar llorar" ¿qué significa?, ¿no es una errata?, ¿me dejé dejar...?
ResponderEliminarNalmar, no significaba nada, era una errata cancerígena. Gracias por tu cura. Un abrazo!!!
ResponderEliminar